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miércoles, 18 de abril de 2012
El viento sobre Penumbrosa (II)
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El viento sobre Penumbrosa (I)
domingo, 8 de abril de 2012
Grises
Sombras frágiles, blancas, dormidas en la playa,
Algún día llegaré a Sansueña. Las nubes me envolverán con los colores de entonces y despertaré. Hoy solo consigo caminar sin buscar nada, sonámbula en medio de un paisaje gris. Cansada de algo indefinible, de una niebla que solo se percibe en los amaneceres rotos, cuando cantan los pájaros y la ausencia del sol desengaña mis temores de niña. Las sombras y yo. Solo sombras, sombras, sombras. Me aburren los perfiles desvanecidos de sus rostros. Comienzo a pensar que, tal vez, soy yo la que se desvanece.
Y vuelvo a dormirme en mi insomnio blanco de suaves alas, de tiempos imprecisos. Todos los pasados se ven desvestidos, repentinamente, de su importancia. La vida es cerrar los ojos y dejar que pase el tiempo, con una leve y amarga punzada de arrepentimiento por no aprovecharlo de forma más productiva. Apatía, sombras, escándalos desteñidos. Nubes. Nada importa demasiado.
Solo llegar a Sansueña, que se percibe entre nieblas sutiles y pájaros azules, salpicada de mar. No tengo prisa, porque algo en el interior de una dimensión intelectualmente desconocida me susurra que allí despertaré, abandonando para siempre este estado de estupor inmóvil, de armoniosa fiebre que no resiste.
martes, 3 de abril de 2012
Las estrellas perdidas
No rechaces los sueños por ser sueños.
(Pedro Salinas)
La tarde errática de Madrid se va desvaneciendo en el horizonte, y en mi memoria. Vuelvo a una playa, a mi playa de cada verano. Huele a arena mojada y estoy sentada sobre un camino de madera que conduce a la luna. ¿A qué luna? ¿A la que sueña desde lo alto del firmamento o a aquella otra que se ha posado suavemente sobre las olas que la descomponen a ritmo de vals? El cielo y el mar se han fundido en un inexpugnable precipicio negro. Asomarse es tentar a la eternidad.
Me siento tan bien aquí, esperando a las estrellas, envuelta de risas cálidas y de rostros familiares, los mismos de cada verano, que no tendrían sentido lejos del mar. Nunca he aguantado demasiado bien los tacones, así que me descalzo y enseguida experimento la fría caricia de la arena como una sábana sin estrenar. Alguien canturrea, despacio, y las breves notas son coreadas por el rugido de las olas.
De repente, comienza a soplar el viento de levante. Así, sin previo aviso, como si el firmamento suspirara. El levante funciona de esa forma, dejando en el espíritu de los andaluces un germen de locura y de poesía que a veces también me domina. El aire sopla más fuerte y azota mis cabellos sin piedad, y decido sujetarlos con una chaqueta finita, que es lo que tengo más a mano. Y se desatan las bromas cuando alguien comenta que me parezco a Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, en esa escena en la que, con la toalla atada en la cabeza a modo de turbante, canta Moonriver acompañándose de la guitarra.
Cuánto tardan las estrellas fugaces. Y lo peor es que todos parecen ver alguna, excepto yo. Mi mirada se enreda en el negro magnético de las olas y entonces no existe nada más.
De repente, la veo: una leve estela que cruza el firmamento y desaparece en el vasto océano. Pide un deseo, Marina. El viento de levante sopla con insólita fuerza y de pronto parece extinguirse.
Por imposible que parezca, lo que a menudo parece imposible puede dejar de serlo de repente. Las estrellas fugaces aparecen súbitamente en la esquina más remota del cajón de la mesilla de noche, con aquel deseo que pediste desde hace tantos años, que nunca se cumplía. Son tan caprichosas como el tiempo. Y sin embargo, ya lo dice aquella vieja canción de los Moody Blues: Just what you want to be, you will be in the end…
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Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título