miércoles, 7 de noviembre de 2012

Canciones


Casablanca (1942)



Es la nueva canción,
y la vieja canción...
¡nuestra pobre canción!
¿Quién soy yo?...
Mi vida está en el aire dando vueltas.

León Felipe


Hay mundos que se esconden en una bola de cristal. A veces, me entretengo en agitar la mía, esa que siempre reposa sobre mi escritorio, al lado de la pantalla del ordenador. Tiene dentro el recuerdo de una ciudad. Y cuando la agito, vuelve la nieve, y yo estoy dentro.

Vuelve el frío y las noches prematuras. Los puentes de piedra. Los guantes, las horas de insomnio. Estabas muy sola en tu disfraz de sombra. Los pasados no nos persiguen, ¿o sí? Ayer me choqué súbitamente con uno y se me llenaron los ojos de lágrimas.

Camino casi desvanecida en el aire, pensando que hay pasados que nunca volverán. Querer no sirve de nada. Las cosas se escapan irremediablemente, como pompas de jabón. Somos un suspiro: polvo en el viento. Siempre me ha emocionado esa canción. Kansas me recuerda a Simon y Garfunkel, a tiempos en los que se hacía música de verdad, tiempos no vividos pero sí intuidos, que parecen más míos que los años que me rodean.

Qué sería de la vida sin la música. Vivir no es más que resbalar por canciones encadenadas: cada momento y cada persona tienen su propia canción. Mi abuela cantando Ojos verdes –“¡como los tuyos!”- de Conchita Piquer, mientras hacía la comida. Los encinares del pueblo y aquella vieja sevillana de los Amigos de Gines: La vuelta del camino. Groenlandia y mi ilusión infantil cada vez que escuchaba el verso en el que el cantante decía que sería capaz de buscar a su amada por los anillos de Saturno. Al alba: la primera canción que me enamoró. Sábado a la noche me producía la euforia de sentirme rockera en el salón de mi casa –eran los únicos momentos en los que no quería ser princesa de cuento-. Toda mi vida he querido dedicarle a alguien Te doy una canción, la de Silvio Rodríguez, cuando mi padre pinchaba el vinilo después de cada cumpleaños, después de que los invitados se hubieran ido y él mirase el viejo tocadiscos con una copa en la mano y lágrimas en los ojos –es posible que también tropiece muy a menudo con los pasados-.

Mi madre siempre será aquellos versos de Goytisolo, cantados por Paco Ibáñez, que me dan esperanzas cuando toda la luz de la tierra parece haberse apagado: "tendrás amor, tendrás amigos"… Una vez encontré un tango de Gardel, titulado No te quiero más, que escuchó Luis Cernuda mucho antes que yo. Y cada vez que lo vuelvo a oír, le siento más cercano. Después llegó Jim Morrison, con su melena de adolescente rebelde, incitándome a perderme por los acordes alucinógenos de su Barco de cristal… “Antes de que caigas en la inconsciencia, permíteme darte otro beso”. La próxima vez que vuelva a Venecia, podré recordar aquel efímero y platónico amor y cobrará sentido la canción de Aznavour: Venecia sin ti. París, para mí, será el de La bohéme, y no aquel otro con el que me topé de bruces un verano, aquel tan inmenso y deshumanizado.

Pero la canción de amor por excelencia es Nights in White satin, de los Moody Blues, que me invita a derretirme caminando por las calles de una ciudad cuyas luces se difuminan a causa de las lágrimas, de la mano de la única persona que sepa interpretar esas luces y traducirlas al lenguaje de los sueños.

Cuando desaparece alguien, siempre me queda su canción. Las personas se refugian en canciones y las ciudades en bolas de cristal en las que nunca deja de nevar…


1 comentario:

Óscar Sejas dijo...

"La vida es una canción, yo me la aprenderé" cantaba Fran Fernández. Y así es, las personas son canciones y encierran sus vidas en ellas.

La música tiene el poder de evocar, de traer recuerdos, de trasladarnos a situaciones y sitios en los que antes (o tal vez nunca) estuvimos.

Coincido en que si las bolas de cristal encierran ciudades, las canciones son bolas de cristal para las personas.

Me gustó mucho este texto.

Fuerte abrazo.

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