lunes, 31 de diciembre de 2012

El faro


Pablo Piccasso, "Guernica"



-Quisiera –dije a Aire aquella noche- volver a vivir otra vez, hora tras hora, todos estos días que tú y yo hemos vivido juntos.

Luis Cernuda



No se acabó el mundo, pero se apagaron muchas ilusiones con las luces de Navidad. El salón volvió a perfumarse de infancia el seis de enero. Creímos ver a Paul Newman, y casi nos ahogamos en sus ojos de lluvia. Pero al final, siempre se escapa de todos los abriles, incluso aunque tengan la mirada azul, porque siempre hay noches que fundir, y madrugadas. A los veinte años, aún se dispone de suficiente tiempo como para jugar con él a los fuegos artificiales. Amigos de unas horas a los que no volverás a ver. Otros que se han quedado a vivir en tu corazón, pero que en algún determinado momento te das cuenta de que ya no viven fuera, sin dentro. De que ya solo existen en tu recuerdo. Hay otros que llegan para quedarse, y algunos que se quedan porque nunca podrán irse.

No, no se acabó el mundo, pero alguna noche fue la última sobre la Tierra. Nos lanzamos al precipicio y sobrevivimos, y nadamos dulcemente por las aguas de lo desconocido. Despertaron algunas Bellas Durmientes y Alicia quiso regresar al otro lado del Espejo. Amaneció una mañana de película –de Bogart-, y una chica vestida de seda emergió del sol para fundirse como una acuarela entre la lluvia. Nos perdió por el laberinto de la ciudad, como ocurría en aquella canción de Al Stewart, pero para entonces ya sabíamos que esa chica –y su lluvia- tenían fecha de caducidad. Y se llamaba amanecer.

No se deshizo el sol, pero precipitaron muchas estrellas sobre el Atlántico. Algunas depositaban deseos antiguos sobre la arena, y otras se los llevaban muy lejos, donde termina el tiempo. Rockanrolleamos en una playa que a veces se confundía con el Paraíso. Corrimos descalzos y gritamos, y nos soltamos el cabello para entretener al viento de levante. Bebimos ojos verdes y madrugadas. Soñamos, una vez más, con que el verano durase para siempre. Y de camino, nos perdimos por calles donde nadie nos conocía. Andalucía se te mete muy dentro de la sangre, y hay una parte de ti que jamás se aleja del mar.

Hubo cosas que se perdieron. Otras que se recuperaron, porque nunca se habían perdido realmente. Algunas cosas se pierden muy despacio, igual que si se resistieran a perderse… Nada se pierde, mientras exista esa resistencia. Nos arriesgamos, nos destrozamos el corazón, desafiamos los ojos nublados de noviembre, jugamos en el cielo, nos equivocamos, ayudamos; fuimos egoístas, buenos, mezquinos, desagradecidos, cobardes, valientes, tolerantes, idealistas; mentimos, nos mintieron, nos fundimos con el aire y volvimos a aparecer una noche de diciembre.

Y al final, brilló la esperanza, como un faro construido al fondo de la locura, del caos, de la alegría, de las lágrimas, de la nostalgia.

Que ella sea la semilla de donde brote 2013.

Feliz Año, y muchas gracias a todos por estar a mi lado. Por aparecer, por quedaros. Por quererme tal y como soy, con mis errores, con mis aciertos. Por conocerme… Por equivocaros conmigo, perder ilusiones al apagarse las luces, escapar de abriles deshechos, nadar por lo desconocido, gritar en la playa, mentirme, sonreírme y abrazarme. A mis amigos, a los que vais a serlo. A los que lo habéis sido. No, no es un mensaje estereotipado; me ha salido del corazón…

lunes, 24 de diciembre de 2012

Qué hace un canguro como tú en un sitio como éste




Deja la aguja, Sofía.
En el telón de estrellas,
tú eres la Virgen María
y Caperucita encarnada.

Todos los pueblos te cantan de tú.

De tú
            que eres la luz
            que emerge de la luz.


Rafael Alberti



Es un estereotipo demasiado obvio: llegan las Navidades, te invade la melancolía. Y sin embargo, resulta muy cierto, al menos en mi caso –y en mi casa. Las luces del Árbol son las mismas. Yo no soy la misma. Primer choque espacio-temporal. El canguro se erige una vez más, desafiante, sobre las montañas del Portal de Belén. Si tuviera que elegir una figurita con la que identificarme, creo que elegiría ese canguro. Después de todo, yo estoy perdida, sí, pero aquí ninguno es quien dice ser: Herodes no tiene corona, en realidad es un San José retirado de su papel de San José cuando hace muchos años me compraron, en un Todo a cien, otro que tenía la túnica azul, en vez de morada. Y ya se sabe, la que me traigo yo con el azul… Y no se compran los San Josés por separado: venía con Virgen incluida, muy mona ella, sentada en un taburete y con cara de sufrimiento –y eso que acababa de nacer su hijo. ¿Y dónde pasó la antigua Virgen María? Pues se hizo lavandera, que es un oficio mucho menos rentable, porque ni te llevan oro, incienso o mirra, ni una mala oveja. Y por ahí anda, cerca del río de papel de plata, camuflada entre las otras lavanderas. Como Virgen, era una Virgen muy normalita; pero la verdad es que como lavandera, es la más bella de todas. En parte, porque hay muchas que están desteñidas, puesto que eran del Belén que ponía mi padre hace cuarenta años.

Y es que aquí no se jubila nadie. Dentro de poco, como la política siga igual en este país, nos va a pasar lo mismo que a las figuritas. ¿Solución? Todos a lavar al río. O a hacernos Herodes –sin corona, eso sí, que ya tenemos suficiente con los Bo[r]bones.

El mío debe ser el único Belén del mundo que tiene un canguro –exceptuando alguno de Australia, por aquello del patriotismo y esas cosas; creo que me encantaría conocerlo-, así que fuera de mi casa, si me convirtiera yo en canguro, tendría poco que hacer. En ningún Belén querrían un canguro, y encima ateo.

Divagaciones navideñas, que no falten. Prefiero eso a escribir una parrafada larguísima y melodramática sobre por qué no felicitaré las fiestas a quien no me quiere –y es que no hace falta ser canguro para no resultar querido. Basta con ser, en el buen sentido de la palabra, buena –sí, a veces me pregunto si no viviremos todos al otro lado del espejo por el que Alicia cruzó aquel día… Pero yo me llevo los recuerdos, como buena sentimental, y esos nadie me los quita. Tengo una sábana de lágrimas tejida con recuerdos que cada Nochebuena dejo caer sobre el firmamento de Madrid, para que las luces de la ciudad se desenfoquen –las lágrimas nunca fallan; eso o quitarse las lentillas- y se me olvide por un instante el año, lo que me falta y hasta mi propia persona. Me gusta jugar a tener seis años, a ser una niña estereotipada que se pone triste con la llegada de las Navidades –un poco más triste que de costumbre- porque se acuerda de que hay personas que ya no están, y el vacío quema en el corazón como un hierro candente.

Definitivamente, no puedo dejar de ser una sentimental. O un canguro. Sí; si tuviera que elegir ser una figura del Portalito, sería un canguro: la figura que no existe. ¿Y un villancico? Pues ese que empieza diciendo: “En los pueblos de mi Andalucía, los campanilleros por la madrugá…”. Así, con sus guitarras de acompañamiento y sus acordes flamencos; nada de la versión hortera de Raphael, no os vayáis a pensar… Porque se me mezcla la vena de canguro con mi sangre del sur, y se forma un batiburrillo marinístico del que todavía no he podido salir. Y si añadimos a Bob Marley haciendo de paje del rey Baltasar, obtenemos una ecuación que desconcertaría al mismísimo Lewis Carroll.

Humor marinístico para contrarrestar la nostalgia navideña… Pero en el fondo echo de menos todo. Echo de menos incluso lo que todavía no he perdido, y tengo la sensación de que lo que ocurre a mi alrededor, ahora, es un tesoro, un tesoro que un día echaré de menos, cuando también lo pierda y pase a formar parte de ese manto tejido con lágrimas que desenfoca hasta las luces de los semáforos. Y abrazo estos momentos y los estrecho contra mi corazón, porque los presiento mágicos.

Y me alegro de no ser rencorosa. A las personas que quiero, las quiero siempre, y si me hacen daño, sigo queriendo a su recuerdo. El recuerdo de cuando ellas también me querían a mí. Lo de querer tanto, y querer verdaderamente, no sé si es una virtud o una debilidad, porque nunca te puedes enfadar del todo. A mí no se me nota mucho, porque la gente me dice que soy fría y antipática -¡si ellos supieran!-, un poco a lo Luis Cernuda. Y eso que a veces siento que se me va a salir el corazón del pecho.

Tengo la debilidad de querer, de sentir mucho. Soy vulnerable, como un canguro en las montañas del Belén. Y os lo confieso justo hoy, para contribuir un poco al atracón de estereotipos y de Papás Noeles escaladores que se ven por estas fechas…

 Feliz Navidad a todos.


viernes, 14 de diciembre de 2012

La ciudad de las nubes



"La corde sensible", René Magritte


Aunque el tiempo me borre de vosotros
mi juventud dará la muerte al tiempo.

José Hierro


Eres una de esas personas que sé que siempre van a estar ahí.

Puedo decir eso de muy pocas. Creo que eres la segunda, sin contar a mi familia. Hace tiempo, decía aquello de “cuando nuestros mundos se alejen…”. Pero después de este verano, de mi carta, de tu llamada, de las lágrimas; tengo muy claro que siempre estaremos juntas.


Érase una vez una ciudad construida con nubes. Los edificios, el suelo, los árboles: todos estaban hechos de nubes. El horizonte, de nubes coloreadas de sombras amarillas y rojizas, en un constante crepúsculo, se recortaba sobre un mar inmenso, azul, como un escalofrío de sueños. Había casitas bajas, y había rascacielos que sonreían a los caminantes. Había panaderías que impregnaban las calles de un delicioso aroma a bollos recién hechos y a viernes –el olor de los viernes es distinto al de cualquier otro día de la semana.

Cada día, Rafael Alberti bajaba a la playa, a contemplar el mar, que rimaba con el azul de sus ojos, y a escribir poemas. Sus cabellos eran rubios otra vez, su piel tersa, y en la sonrisa llevaba colgado el rumor del viento de levante. María Teresa, su eterno amor, sonreía sentada en una roca –hecha también de nubes-, mientras memorizaba sus melancolías.

En uno de aquellos atardeceres, apareció un hombre junto a la orilla. Era joven, y parecía desconcertado. Rafael y María Teresa corrieron a su lado, y a ayudaron a sostenerse, ya que en su estado de estupor parecía imposible que se pudiera mantener en pie. Aquel hombre estaba empeñado en que él tenía más de noventa años, en que se había vuelto loco, porque miraba sus manos y en ellas no había una sola arruga. Rafael le explicó que, en aquella ciudad, nadie podía envejecer. Hacía muchos, muchísimos años, cuando aún existía el tiempo, había caído un meteorito que detenía el crecimiento –y la muerte.

Rafael le contó más cosas al recién llegado: que Fernando Fernán Gómez actuaba esa misma noche en el Gran Teatro Nublado, que iría a verlo nada menos que el gran Paul Newman, y que alguien estaba tratando de convencer a Mozart para que pusiera el acompañamiento musical. Que él tenía una entrada de sobra, y casi podía decir que dos, porque uno de sus acompañantes, Luis Cernuda, se había ofuscado en el último momento, y seguramente preferiría quedarse en casa o ir a la de Oscar Wilde para debatir acerca del dandismo… Rafael le ofreció las dos entradas al hombre: una para él y otra para su esposa. Su esposa, que le esperaba en una deliciosa casita de dos plantas, hecha de nubes.

Cuando el hombre oyó hablar de su esposa, y de que ella lo esperaba, se olvidó de coger las entradas y su rostro se iluminó con una sonrisa soñadora, como la de otros tiempos. Mientras caminaba hacia su nuevo hogar, se cruzó con otro hombre joven, alto, de cabello rubio y ojos muy verdes. Parecía que le conociera, aunque nunca antes le hubiese visto. Él llevaba ya dos años viviendo en la ciudad de las nubes.

Los dos sabían que muy lejos, dos muchachas lloraban porque no podían tenerlos a su lado. Lo que ellas desconocían es que los sentimientos son más corpóreos que la presencia física, y esos no se esfuman. Son capaces, incluso, de construir ciudades –hechas de nubes.


Te dedico este cuento, porque así me lo imagino yo. Y porque a veces, es necesario soñar un final feliz…

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

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Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

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Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título