"La novena ola", Iván Aivazovsky
Quiero llorar porque me da la
gana
como lloran los niños del
último banco,
porque yo no soy un hombre, ni
un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que
sonda las cosas del otro lado.
Federico García Lorca
En la hora del naufragio, las
ideas se desvisten, arrancándose sus disfraces de verdades, y se quedan como lo
que son. Ideas. Opiniones. ¿Qué es la verdad? ¿Cuántas verdades existen en el
mundo? ¿Tal vez tantas como miradas?
Lo importante no es saber
cuántas verdades existen, sino cuál de ellas es la tuya. No la Verdad, esa idea
utópica y abstracta, sino tu verdad. El auténtico problema surge cuando la
desconoces. Es tan fácil apoyarte en otra verdad, una que siempre te ha
resultado maravillosa, absoluta y brillante, sin claroscuros ni temblores, sin
vacilaciones ni puntos en sombra. Hasta que esa verdad tiembla, y descubre su
verdadera naturaleza, su vulnerabilidad. Esa verdad no es más que otro
argumento. Y el perfecto esquema vital –con su correspondiente código ético-
que sobre ella habías construido, se derrumba.
Es la hora del naufragio.
Primero, el cielo se colorea
de sombras, y sientes tu mirada apagarse. Después, un viento enfurecido
comienza a arremeter sobre tu frágil embarcación, barnizada de ingenuidad. El miedo
puede soplar más fuerte que cualquier huracán. Lo siguiente que ocurre es que
pierdes el control del timón, y todo a tu alrededor se tambalea, y las olas se
vuelven cada vez más altas, y de las nubes empiezan a brotar gotas de lluvia
que son en realidad tu propio llanto.
Entonces, comprendes que nada ni
nadie te salvarán de ser arrastrada por el océano de la incertidumbre, donde no
hay más luz que tus lágrimas, donde la
fuerza inamovible de la Naturaleza te arrastra hacia abajo, siempre hacia
abajo.
También se puede naufragar en
el desierto. En cualquiera de los casos, la soledad es tan íntima y consistente,
el mundo tan inmenso y tan vacío, que temes que esa soledad acabe metiéndose
muy dentro de tu corazón, y que ese vacío acabe invadiéndote las entrañas,
deshabitándote.
Y pierdes las referencias
acerca del bien, el mal, lo correcto, lo incorrecto, la razón y la locura. “You are lost, little girl”, que
diría Jim Morrison. Y también aparecen en tu mente aquellas otras
palabras de Harry Nilsson que fueron la banda Sonora de la magnífica película
Cowboy de medianoche, en la que los naufragios se suceden:
Everybody's talking at me.
I don't hear a word they're saying,
only the echoes of my mind.
People stopping staring,
I can't see their faces,
only the shadows of their eyes.
No vislumbras otra salida más
allá de las lágrimas, porque en todos los casos eres la nota discordante, el
ser rebelde e incontrolable, el que no tiene compostura ni remedio posible. No perteneces
ni a un mundo, ni al otro. Te hallas a medio camino, en una especie de limbo
que corresponde a tu terrible identidad de náufraga. Y en medio de ese mar, de
ese vano desierto, ¿dónde encontrar tu verdad?
Si soplaras tan fuerte como el
miedo. Pero algo te dice que eres solo brisa. Hay tantas voces gritándote,
arrastrándote hacia sus propios caminos, que todas acaban por mezclarse en un
rumor tan desbocado en el que no distingues una sola palabra. Lo normal para
algunos es raro para otros. ¿Quiénes son los locos? ¿En qué lado del espejo te
hallas? ¿Tal vez eres tú la loca? “Escucha a tu corazón”, susurra alguien. Pero
no es más que otra opinión. ¿Por qué habrías de escuchar a tu corazón? ¿Cómo sabes
que no deberías hacer exactamente lo contrario de lo que él te pide? Y es más:
¿dónde está tu corazón? ¿Por qué guarda silencio? ¿También te ha abandonado?
Ni siquiera puedes imitar a
Sócrates y decir que sólo sabes que no sabes nada, porque tal vez sabes mucho
más de lo que crees, o tal vez ni siquiera sepas que no sabes nada. La verdad,
el mundo: todo es relativo. Y en ese océano de incertidumbre, temes descubrir
un día que te has convertido en aquello de lo que siempre huiste: una mala
persona.
¿Pero cómo saberlo? ¿Qué es el
bien y el mal? Siempre has creído que ser mala es hacer daño conscientemente,
pero hagas lo que hagas, hay alguien que sufre. Y si actúas sabiendo esto,
¿obras con maldad? ¿Se puede evitar actuar con maldad, si siempre acaba
sufriendo alguien?
Si no soy poeta, ni niña, ni
mujer, ni sombra… ¿aire? ¿Una herida abierta? ¿Unos ojos sin dueño?
Si todos se callaran, tal vez
te escucharías a ti misma, o tal vez, por el contrario, el silencio sería tan
desgarrador que acabarías deshaciéndote en el aire. ¿Cómo saberlo?
Tonto, imbécil, loco
incurable, niño imposible; Luis, no tienes compostura… (Luis Cernuda)
1 comentario:
El maravilloso formulario de blogger ha decidido borrar todo el comentario que te había hecho justo cuando le he dado a publicar, así que tendré que intentar reescribirlo de memoria:
Lo único que te convierte en una mala persona es hacerte daño a ti misma, si actúas o dices lo que los demás esperan, al final, la que sale mal parada eres tú.
Nunca se sabe si hacer caso al corazón, a la cabeza, a ambos, o a ninguno, supongo que si la decisión es buena para ti es la correcta y si te hace sufrir es la incorrecta. Creo que si actuaramos de esta forma todo nos iría mucho mejor. No es ser egoísta. Es ser práctico. No eres una ONG de la felicidad, no tienes que hacer felices a los demás, los demás tienen que ser felices por su cuenta y compartirla contigo si lo desean, al igual que tú compartirás tu felicidad con ellos si así lo deseas.
Con el tiempo uno aprende a dar respuestas sólo a quién hace las preguntas adecuadas. La vida es muy corta para pasársela dando explicaciones. De hecho creo que la única persona que puede exigirtelas eres tú misma. Saber pasar página se volverá necesario.
No dejes que te hagan la vida otros, tienes que tomar el timón.
Un beso.
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